En
busca de la naturaleza quebrada.
Es
frecuente la utilización del contraste, aunque armónico, de luz y sombras en la
obra pictórica de Mary Carmen Calviño que como una voz interpuesta entre ambas
la pintura comunica su personal interioridad, recordándonos esa aspirada paz
horaciana. En sus cuadros más que bodegones y paisajes desfilan ante nuestra
mirada estados anímicos, encarnados en recuerdos, y que se transforman en
creación artística. Porque su arte se nutre al mismo tiempo de un presente
observado: luz y entorno, y de un pasado: vivencias. A la par que armoniza bien
lo subliminado con la naturaleza, adquiriendo cada uno de sus cuadros, dentro
de su habitual estilo, entidad y perfil propios. A través de los óleos de Mary
Carmen Calviño se percibe una cierta intencionalidad nostálgica de revivir la
Galicia campesina y del litoral, especialmente en su época otoñal, que se
refleja en un colorido intenso, vivo y dinámico , proyectando nostálgica
realidad gallega. Una naturaleza de tenue y delicada luz que envuelve e ilumina
el entorno, pero de rasgos distinguidos diluidos en sombras que nos ocultan los
detalles y, aunque confusos, sin embargo nos muestran los perfiles del paisaje.
Un paisaje añorado, quebrado y recreado, dándole forma emocional y envuelto en
un agradable aliento poético. Ciertamente, sus marinas dinámicas pero también
expresivas, constituyen un armonioso concierto cromático. Cromatismo que va
desde los matices del bermellón o del ocre oro hasta el verde esmeralda o el
gris. Lienzos vivientes que parecen personajes engalanados con el rojo de los
sentimientos, el dorado de las ilusiones, el verde de la esperanza o el gris
plomizo de la firmeza del mar de Eduardo Pondal. Este mar, lleno de contrastes
y paradojas, es un perfecto escenario de momentos determinantes en busca del
quebrado mar interior de los sentimientos del paraíso perdido, a la vez que
convierte sus marinas en un prolífero manual etnológico. Sinfonía de colores
aparentemente opuestos, dotada de un entrañable encanto, que al mismo tiempo
pugnan, se amalgaman y atraen, produciendo esta alianza de elementos rivales
una imagen de vitalidad, ensueño e inmensidad. Donde la figura humana no
aparece, pero se intuye que desde la lontananza observa el paisaje,
especialmente las quebradas aguas saladas como un camino abierto e interminable
hacia cualquier punto soñado del océano, sintiéndose navegante afortunado. Mary
Carmen Calviño pinta sus marinas hacia el crepúsculo, donde lo real, un sin fin
de recuerdos rescatados y lo onírico se fusionan, otorgándole grandeza a lo
nimio o sensibilidad a lo sublime. Cuando oteamos, igual que los acantilados,
esa gama de colores y sumergimos nuestra mirada en sus profundas aguas -quizás
pobladas de mitos y leyendas- y sombras, asimismo nos ofrecen visiones oníricas
o nos inducen a saborear recuerdos; tal vez porque así sean realidad estos
oleos.
Manuel
Cousillas Rodríguez
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